Este lema me lo auto recuerdo siempre. Yo antes no era tan cariñosa como soy hoy en día. Me costa(ba), me cuesta. Era (soy) orgullosa. El esposo que me regaló la vida, a través de los años, me ha enseñado a ser mucho más incondicional con el cariño que doy. Él siempre me ha dado el ejemplo de ser cariñoso conmigo cuando a veces no lo he merecido. Le doy gracias a él por esto, porque es algo que como madre le he podido transmitir a mis hijos, y esto no tiene precio. Me desbordo en emociones dándoles cariño todo el tiempo. Amo besarlos, decirles que los quiero, abrazarlos y sentir ese apego innegable. Percibo, aunque a veces se desesperen, que esto tiene un impacto positivo en su personalidad y en como ellos son con los demás. ESPECIALMENTE con mi hijo mayor, que es un niño que necesita ese cariño y necesita que yo le diga que lo quiero constantemente.
Traigo mis trapos sucios de casa a este post para hablar acerca de las relaciones. Como referencia a la primera línea que escribí: Las relaciones que tus hijos tienen contigo, con las nanas, con los hermanos, con las maestras, con las personas que ellos interactúan, lo son TODO. Son la base y la herramienta que ellos utilizarán para interpretar el mundo; el mundo que para ellos es completamente nuevo. A través de las relaciones ellos van desarrollando sus habilidades sociales y emocionales. Esto influye enormemente en la formación de su salud mental, auto estima, y como serán ellos/as en sus relaciones a futuro.
Me encanta basarme en la primicia de ponernos en los zapatos de ellos. En su corta vida, la mayoría de las cosas que les pasan, les están pasando por primera vez. Las relaciones que tienen, las están experimentando por primera vez. Y las relaciones que ellos tienen y que desarrollen van a dictar mucho su comportamiento.
Habiendo dicho esto, debemos entonces intentar que las relaciones que ellos cultivan, sean buenas relaciones. Si nuestros hijos nos hablan, ellos esperan una respuesta para poder interpretar el mundo. Esperan un abrazo, una sonrisa, un regaño, una explicación. Lo que sea que les estemos proporcionando en ese momento. Si un niño está acostumbrado a recibir siempre un abrazo, eso va a influir mucho en la manera en que él ve la vida e interprete las cosas y también en la manera que él reaccione ante situaciones. Vuelvo y repito, porque las experiencias que ellos han vivido son limitadas. Entonces ellos se basan en las que han vivido para sacar conclusiones acerca de la vida y de su alrededor.
Claro, nadie es perfecto y de hierro no somos. Pero para mí, es bueno estar consciente de mis respuestas. Claro, a veces exploto, pero estoy consciente. Estoy consciente de estas explosiones y de que no sean muy muy seguidas jajajaj. Intento que mis respuestas sean mejor y mejor cada día. Cuando un “regaño” o mejor digamos una “corrección de comportamiento” es con amor, recibo más frutos. Entonces el impacto es positivo para ambos lados. No puedo pedirle a mi hijo que no me grite para decirme algo, o no le grite a los demás si yo me la paso gritándole a él cada vez que quiero corregir o decirle algo.
Lo que hacemos; cómo lo hacemos; las experiencias que hemos tenido y las que tendremos, forman quienes somos. Si queremos que nuestros chiquitos sean personas de bien, personas agradables, amables, y nobles tratémoslos a ellos de esa manera. Seamos nosotros de esa manera para darles el ejemplo y que esa sea la forma como ellos vean la vida.
Tratemos de que las personas con las que ellos interactúan sean personas que les pueden cultivar relaciones sanas. Examinemos las personas que están en su entorno y creemos un entorno positivo. También examinemos como somos nosotros con ellos. Si hay que hacer cambios, se hacen. Es mejor hacer el cambio, que dejar que las relaciones que ellos tienen, se siembren como malas semillas y obtengamos frutos negativos.
Relaciones positivas = niños felices